Palabras en una tablilla de piedra con 3000 años de antigüedad.
Mucho antes de que Gutenberg iniciara sus experimentos tipográficos, los hombres de las primeras civilizaciones ya se interesaron en fijar las letras y los signos de sus primitivos alfabetos en soportes adecuados que facilitaran la lectura.
Uno de los primeros pictogramas de que se tienen noticia data del año 3.500 a.C y es una tablilla de piedra caliza grabada que fue hallada en el país de Kush (actual Sudán). Más tarde los sumerios desarrollaron ideogramas -símbolos que representaban ideas- en un número cercano a los z2000, que grababan con sellos sobre tablillas de barro cocido.
Más tarde, los egipcios primero, y luego los romanos, perfeccionaron la técnica de esculpido sobre piedras, arcillas y mármoles con la creación de los primeros tipos de letra. No faltaron quienes vieron en estos intentos los precedentes de la moderna tipografía.
Los primeros en usar la tinta, los moldes y el papel fueron los chinos.
Pero, sin duda, el precedente inmediato a la imprenta de Gutenberg hay que buscarlo en China. Se sabe que mucho antes de que la imprenta llegara a Occidente los chinos ya disponían de los tres elementos básicos para poder imprimir un texto: el papel, tintas y colorantes, y los moldes de los signos o imágenes que debían fijarse sobre la superficie que serviría para la lectura.
No fue hasta el siglo XII de la era cristiana cuando el alquimista Bi Sheng combinó adecuadamente esos elementos. Sheng fabricó por vez primera tipos móviles y cubos de madera en cuyos extremos habían sido talladas las letras con un pegamento que permitía retirarlas y volver a utilizar-las variando sus combinaciones sobre hojas de papel.
Sin embargo, el gran número de signos que componían el alfabeto chino -entre 2.000 y 40:000 caracteres diferentes- y, sobre todo, la inexistencia de contactos con Oriente en aquella época, impidieron la divulgación del invento de Sheng en otras partes del mundo.
Esta poderosa razón despeja las dudas sobre un probable «plagio» de Gutenberg, una versión que circuló durante algún tiempo entre los escépticos que ponían en duda sus dotes de «artista de la tipografía». Ciertamente, era muy difícil que Johannes Gutenberg hubiera llegado a conocer los trabajos de su antecesor oriental, el avanzado Bi Sheng.