Cultura Visual · 23 de noviembre de 2004

Adolfo Castelo

Recién hablo el Clarín y leo que se fue Adolfo Casteló.
Un grande en todos los sentidos, desde sus comienzos hasta sus ultimas cosas un CREATIVO con mayúscula.

No puedo olvidar cuando lo veía en el viejo canal 7 haciendo la Noticia rebelde, o cuando lo escuchaba en radio hace más de 15 años con Dolina por la noche, en Splendid, cosa que muy pocos saben.

Dejo una flor y muchos pensamientos para ÉL

RADIO: ENTREVISTA CON ADOLFO CASTELO

«Todo me costó mucho, soy hijo de la lucha»

Mientras lucha contra un cáncer de pulmón, sigue haciendo radio y dirigiendo la revista TXT. Está arrepentido de haberle dedicado tanto tiempo y energía a su trabajo y descuidado los afectos.

Miguel Frías.

Ni el calor bochornoso; ni el sol recto, de mediodía de verano; ni la adversidad. Nada doblega el garbo de Adolfo Castelo. Alto, espigado, elegante, avanza por el asfalto ardiente de Las Cañitas con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón y el saco abierto. Su camisa negra contrasta con el ambo claro; sus anteojos, de sol, son modernos y curvos. Dos chicas jóvenes lo saludan y él les responde con una sonrisa de bon vivant vagamente melancólico. Un policía, un cuidador de autos, varios hombres que almuerzan sobre la calle Báez, en ese orden, lo detienen para preguntarle cómo está.

«Es extraordinario recibir este aliento -dice, ya sentado a una mesa en la calle-. Pero en los días en que no me siento bien qué voy a responder: me quedo en casa.» Castelo, adorado por su humor absurdo, su inteligencia y su capacidad de improvisación, está dando batalla contra un cáncer de pulmón. Sin condescender a la queja ni a la autocompasión, en noviembre aludió al tema al recibir el Premio Clarín Espectáculos como mejor conductor de radio. Y hace días, en TXT, la revista que dirige, cambió su foto con pelo por una actual.

«Había escrito sobre las coimas en el Senado y pensé que si me había sacado la gorra en el Colón como diciendo acabemos con esta farsa, debía hacer lo mismo con la foto. No puedo aparecer en la revista con el pelito, porque es mentira. Entonces decidí cambiar la vieja foto. Mi médico me felicitó: me dijo que era muy bueno para mí y para la gente que tiene el mismo problema.»

¿Cómo te sentiste al recibir el Premio Clarín Espectáculos?

Fue una noche impresionante. Estaba en casa, no me sentía bien y sabía que sería un gran esfuerzo ir. Quería saber si podían adelantarme quién ganaría. Pero no lo hicieron. Finalmente, Guinzburg me apretó y fui. Cuando anunciaron el premio, sentí que se me quebraba el pecho. Aunque tengo experiencia en situaciones difíciles, caminé hasta el escenario temblando, sin saber si podría subir. Arriba, sentí que ya podía todo. Y el aliento de la gente… Es una suerte que me quieran tanto: un milagro que no tengo interés en explicarme.

Después te quitaste la gorra…

Después de los agradecimientos me quebré. Decir que el premio era también medicina fue la mejor síntesis que encontré. Y la verdad: los estudios posteriores mostraron un gran mejoramiento. Fue eso más los huevos que pongo: me he bancado todo. Voy a dar vuelta esto. Aunque no quiero hablar tanto de la enfermedad. Estoy en medio de una pelea feroz. El premio fue muy importante para mí, mucho más que para cualquier otro tipo.

En uno de los últimos editoriales de TXT te mostraste arrepentido de haber puesto tanta energía en el trabajo…

Por un lado, mi entrega me devolvió una adhesión conmovedora, sorprendente. Por otro, me cuestiono mis abandonos. A mis hijas las descubrí de grandes: es imperdonable. Cuando yo hacía La noticia rebelde, estaba ciego, sólo conocía el trabajo. Ahora necesité de mis afectos y los tuve.

En esa nota recordaste los tiempos en que escribías veinte chistes diarios para el Fontana Show…

Sí. Escribía la mitad y no podía más. Llegué a golpearme la cabeza contra una pared porque no se me ocurría nada. Cacho era estricto y tenía memoria prodigiosa. Una sola vez afané un chiste de Selecciones, de un año antes, y se dio cuenta. Yo me quería matar. Estaba loco: miraba diccionarios para ver si alguna palabra me sugería un gag. Era feroz. Pero me entrenó.

¿Tu humor necesita alguna complicidad intelectual?

No. El humor más absurdo está en la cancha: manejamos ese código. Yo prefiero que el que escucha ponga el remate. Y no aspiro a que se ría. Prefiero un ¡Qué hijo de puta! a una carcajada. Y que los programas tengan una posición frente al mundo.

¿Semanario Insólito y La Noticia Rebelde fueron las matrices de gran parte del humor que se hizo en los veinte años de democracia?

Creo que sí. Desde esos ciclos, el humor fue otro. Y también influyó en el periodismo televisivo, como influyó Jorge Lanata. Se empezó a utilizar un estilo de reportaje mucho más irreverente y mordaz. En humorismo, creo que todo lo que vino después de Semanario y La noticia… estuvo inspirado o copiado, a veces descaradamente, de ese estilo. La inspiración está bien; la copia me parece desleal. Yo ya había hecho humor absurdo, como el de «Pasando revista», en radio, para diez personas.

Empezaste Demasiado Tarde para Lágrimas junto a Dolina. Pero muchos oyentes vinculan a ese estilo más con él que con vos. ¿Te molesta?

En algún momento me dolió. Después me dije que no podía ser así. La verdad histórica, que creo que Dolina no ha negado, es que yo lo obligué a hacer trasnoche. El no quería, me dijo que me hacía la gamba un mes. Pero me tuve que ir por La noticia…. Era una fórmula valedera y sigue siéndolo. Es posible que yo también me haya inspirado en otra gente, como en Macedonio Fernández y en viejos humoristas del absurdo. Pero está bien. Repito: lo inspirado no es incorrecto. Es un homenaje.

¿Sentís que Pergolini y Tinelli son en parte deudores del humor que hacían con Abrevaya, Guinzburg y Becerra?

Pergolini, tipo al que yo quiero y admiro, lo ha reconocido. Creo que ha aggiornado aquel estilo y que lo supera largamente, por una cuestión de tiempo. El resto, salvo excepciones, ha sido mezquino. Y al decir «el resto», incluyo al que sea. No está mal recordar de dónde venís, sobre todo si se te fue la mano y hacés lo mismo. Pero no quiero polémica.

Tu infancia fue dura. Alguna vez dijiste que rechazabas cualquier cosa que le sumara melancolía a la que ya tenías. ¿El humor funcionó como defensa?

Sí, seguro. Soy hijo de inmigrantes: es inevitable que sea melancólico. Tus viejos te transmiten esa nostalgia, esa angustia del que llega a un nuevo mundo. Yo, a los diez años, solía caminar por la cornisa de una casa que todavía existe, en Bulnes y Charcas. Eran tres pisos: me movía al borde del vacío, remontaba barriletes. Estaba loco. Quería enfrentar una forma de vivir vacía, triste. Con los años, mis viejos cambiaron. Pero las marcas quedan. Eso marcó mi laburo: amo la improvisación, el riesgo, la cornisa. En cuanto a la melancolía, tengo seis años de análisis que me ayudaron a convertirla en reflexión.

Además tuviste que soportar golpes duros en momentos clave de tu vida. Como la muerte de tu esposa cuando empezabas con La Noticia.

Sí, siempre fue así. Todo me costó muchísimo. Conseguí lo que conseguí por un esfuerzo fuera de lo común. Soy un hijo de la pelea. Y además tengo que poner mucha cabeza y mucho huevo. Sobre todo huevo. Así voy a dar vuelta esta situación. Todo en mi vida tuvo un costo que hubiera preferido que fuera un poco más tierno, más blando. Ni siquiera he tenido gran ayuda de los medios: siempre llegaron a mí mucho después del éxito. Será porque tengo perfil bajo, porque no hago declaraciones quilomberas. Otros tienen prensa antes de conseguir algo. O, en el peor de los casos, cuando les está pasando algo. Soy un tipo exitoso, pero eso no está reproducido en los medios.

De todas formas, tenés una legión de fanáticos….

Y lo agradezco y no me lo quiero explicar. Eso, sumado al afecto de mi familia y mi amigos, es vital. Tengo un amigo que se fue exiliado y que vive en Italia hace 30 años. Ahora se tomó un avión y está instalado acá, me acompaña hasta al médico.

¿Y con Joaquín Sabina, que hace un tiempo también tuvo importantes problemas de salud, siguen en contacto?

A mí me pasó algo impresionante con él. Yo empecé a tener síntomas de la enfermedad en España. Me revisaron y me dijeron que tenía neumonía. Volví a Buenos Aires y me ratificaron el diagnóstico. Fue en septiembre. Una noche, en medio de mi supuesta neumonía, recibí tres llamados a las tres de la mañana. Tenía el celular apagado y los escuché después. Era Joaquín. Me decía que me quería mucho, que me extrañaba. Me agradecía una guitarra, que le había regalado tres meses antes, y un libro. Después me recitó un poema, un poema de homenaje.

Como si hubiera intuido…

Parece una boludez pero fue así. Me dijo: Sentí la necesidad de transmitirte esta noche todo esto. A la semana me hicieron un estudio y me dijeron: La cagaste, pibe. Y yo que pensaba que Joaquín me daba excesiva solidaridad por nada… Volvimos a hablar: él sabe que estoy enfermo, pero no de la coincidencia